martes, 26 de junio de 2012

¿Tránsito inteligente?

El Congreso Nacional podría aprobar en los próximos días un préstamo por US$30 millones sometido por la Autoridad Metropolitana de Transporte para la adquisición de cámaras de video de última generación a través del Gobierno coreano. De acuerdo con las explicaciones ofrecidas por las autoridades de AMET, estos aparatos se instalarían en las calles y avenidas de la capital para la implementación de un sistema de tránsito inteligente, que serviría para monitorear la circulación vehicular en la ciudad, y de esta forma controlar las infracciones a la ley 241. Resulta curioso que este proyecto toque las puertas del Congreso justo cuando a la presente gestión de Gobierno le restan días para finalizar. Pero lo más curioso es que ha coincidido con los operativos televisados que encabeza el mayor general José Anibal Sanz Jiminián, quien ha salido a “cazar” a los transgresores. Esto podría interpretarse de dos maneras: O el general trata de justificar ante la opinión pública del proyecto de endeudamiento externo con la aparente “eficiencia” de una gestión sin muchas luces, o que busca congraciarse con el presidente electo. Pero lejos de lo que pueda parecer, el entaponamiento que a todas horas exaspera a la población y el irrespeto a las leyes de tránsito es un asunto de fondo y no de forma, que no se resolvería con la instalación de cámaras. Se trata de un problema de educación vial y vías de acceso insuficientes para el creciente parque vehicular, cuestiones a las que debería prestársele atención antes que incurrir en un empréstito que comprometería al país con RD$1,520 millones. Con mínimos recursos, el primer director de AMET, Hamlet Hermann, logró imponer la cultura del orden y la obediencia en las calles de Santo Domingo y hacer una reingeniería del tránsito que posibilitó una ciudad más viable. Aquello si fue un tránsito inteligente!.

Es mejor prevenir que remediar

Cada año, el Estado dominicano invierte miles de millones de pesos en obras de infraestructura que a los pocos años de ser inauguradas se deterioran ante la mirada indiferente de las autoridades llamadas a preservarlas. Carreteras, puentes, escuelas y parques, así como obras hidráulicas y sanitarias se convierten en monumentos al descuido por falta de programas de mantenimiento que evalúen periódicamente las estructuras, con el fin de corregir a tiempo los desperfectos que surgen por el uso y así evitar que su reparación conlleve mayores gastos a los contribuyentes que su misma construcción. No hay que esperar a que se roben los cables de los puentes, como sucedió recientemente con los viaductos Juan Pablo Duarte de esta capital, y Cajuilito en San Cristóbal; o que se descuiden complejos como el Centro Olímpico, donde el gobierno del entonces presidente Hipólito Mejía invirtió una millonada para la celebración de los Juegos Panamericanos del 2003, que se destrocen las aceras o que se roben las tapas del alcantarillado. ¿Por qué dejar que las filtraciones se coman los techos de los edificios públicos o que gran cantidad de hoyos saturen nuestras calles y avenidas propiciando lamentables accidentes de tránsito? Aparentemente ni al Ministerio de Obras Públicas ni a los gobiernos locales les interesa aplicar una verdadera política para preservar los bienes públicos. Hacerse de la vista gorda ha sido su actitud por años. Vale decir que no toda la responsabilidad es de las autoridades. También la ciudadanía tiene la obligación de velar porque en su comunidad se le de un uso adecuado a las obras edificadas ya que al fin y al cabo se construyen para mejorar su calidad de vida. El mantenimiento se asocia con gastos pero es la única forma de prolongar la vida útil de las obras públicas que forman parte del patrimonio colectivo y de proteger la inversión que sale de nuestros bolsillos.

La vida ya no vale

El pueblo dominicano ha ido perdiendo la sensibilidad que le caracterizaba y que le hacía arrimar el hombro ante el dolor ajeno. La última y más remota salida ante una diferencia personal o una necesidad económica era la muerte. Sin embargo, desde hace unos años esa realidad ha cambiado. Quizás una de las causas, pero no la más importante, sea la gran cantidad de armas de fuego en manos de la población civil, que ante la creciente inseguridad ha tenido que hacerse cargo de su propia defensa personal. Más de 200 mil se encuentran registradas de manera legal en los archivos del Ministerio de Interior y Policía. El dominicano ha cambiado la cultura de la tolerancia por la irracionalidad que obnubila, y termina por arrebatarle la vida a un semejante por cuestiones tan simples como un estacionamiento de vehículo, una deuda de cien pesos o un celular. La solución ante cualquier discusión o malentendido es un disparo. Pero las causas del estado de irritación que atrapa a cada vez más ciudadanos, no sólo tienen que ver con las armas, sino que está estrechamente ligado a la desigualdad económica y social que vulnera sus derechos más elementales. En nuestro país, el 60 por ciento de la población es pobre, según el estudio Latinobarómetro para 2011, lo que significa que a más de la mitad de los quisqueyanos se les hace difícil llevarse a la boca un plato de comida o tener un cuarto de hospital digno en caso de enfermarse. Es tan simple como que la pobreza es hermana de la violencia, pues para un ciudadano que no tiene asegurados el pan o la salud, la vida es lo de menos. No se le deja otra salida que enrolarse a las filas de la desesperanza y terminar abrazado a la delincuencia. El otro elemento que va ligado a la pobreza y la desigualdad es la educación, pues la inversión en este sector por parte del Estado es muy baja, aunque hay promesas de aumentarla.

domingo, 29 de enero de 2012

Ay! Me atracaron

Era sábado. Salí temprano de mi casa porque tenía demasiadas cosas por hacer, pensaba que el tiempo no me alcanzaría.
Hacía mucho que no tenía un sábado libre y tenía que aprovecharlo al máximo.
Sin la precaución, ni la desconfianza con las que me armo cuando camino las calles de la ciudad, subí por el puente peatonal para cruzar al otro lado y abordar la incómoda guaguita que va a la Feria. No había desayunado así que al ver la mesita llena de chucherías con las que una pareja se gana la vida, no dudé en pararme y comprar un paquete de galletas saladitas. Les pasé los 15 pesos y subí por la pasarela.

Iba muy entretenida comiendo mis galletas y pensando que no tenía suficiente dinero menudo para abordar dos conchos necesarios para llegar hasta Multicentro Churchill, por lo que decidí esperar en la parada de la OMSA la dichosa guagua.

Ahí estuve por espacio de 30 minutos aproximadamente y el minibús nada de llegar. Me desesperé.
Una vez logré vencer la pereza, decidí ir caminando hasta la Churchill y allí abordar un carro.
De camino, encontré dos policías en un motor saltamonte que después de decirme un par de piropos me invitaron a subir al motor. "una bola". Yo me negué y seguí mi camino, ellos insistieron, incluso uno se bajó del motor para que yo subiera. Después de darles las gracias, seguí y al alejarse me vocearon, que anduviera con cuidado.

No les presté mucha atención y a los pocos minutos, el chofer de un carro azul en perfecto estado, sin rótulos, dice que va Churchill, yo como voy cansada accedo a subirme, no sin antes chequear quienes van en el vehiculo. Tres mujeres en el asiento de atrás, un señor mayor y de aspecto enfermizo delante.

Me monté y desde que mis glúteos se asentaron en el asiento delantero el tipo a mi lado empieza a quejarse. "Ay, pero no era tan flaquita como se veía, joven, trate de echarse para allá...ay! me está maltratando, échese para allá".

Ya el tipo me está irritando, y el chofer sólo atina a decir: "Joven tire el brazo por detrás del asiento", yo pendejamente lo hago, con tal de llegar a la Churchill, pero nada, la incomodidad seguía, el tipo ya está pegado de mi, por lo que inmediatamente coloco mi brazo en la posición anterior.
El tipo sigue quejándose, por lo que le digo al chofer que me deje, no estaba dispuesta a continuar el trayecto. Y así lo hizo, parqueó a la derecha y guayando las gomas rápidamente se alejó.
Al alejarse el vehículo,tuve una extraña sensación, e instintivamente comencé a buscarme en la cartera, y efectivamente, mis dudas resultaron ciertas, pendejamente me habían cartereado, atracado, burlado, o como usted prefiera llamarle. Me sacaron el monedero con todo mis documentos personales, tarjetas y 500 pesos.
Y así fue como aquel sábado se me estropeó, mis planes se echaron a perder y me quedé con la rabia y la impotencia a cuestas.
Y es que sencillamente la delincuencia se apoderó de las calles de esta hermosa pero corrompida ciudad.

Mis libros preferidos

  • 11 Minutos, Paulo Coelho
  • El Oro y la Paz, Juan Bosch
  • El Perfume, Patrick Suskind
  • Paula, Isabel Allende